EL MISTERIO DEL CADÁVER MOMIFICADO:  EX-FUNCIONARIOS JUDICIALES DE VALDIVIELSO ANTE UN JURADO EN LA AUDIENCIA PROVINCIAL DE BURGOS

 

Don Ramón Rodríguez de Tudanca y Varona, del que ya hemos hablado en una historia judicial anterior, sufrió el enorme infortunio de la desaparición de uno de sus hijos, acaecida el 15 de agosto de 1892. Esto sucedía justo cuando él había ingresado en prisión para cumplir una durísima y excesiva condena de más de catorce años, que se le había impuesto cuatro meses antes, en abril de aquel año, por haber realizado en 1890 una falsificación de documento público en el ejercicio de su cargo de secretario del Juzgado Municipal de la Merindad de Valdivielso (véase https://www.facebook.com/groups/124228874264567/permalink/2503049913049106/) . Es cierto que en octubre del año siguiente le redujeron la pena a dos años, cuatro meses y un día, pero mucho más larga fue para él la incertidumbre de no saber qué había sido de su hijo, hasta que, al cabo de casi siete años, el 23 de junio de 1899, se encontró un cadáver momificado en una cueva de Los Hocinos. Ramón Rodríguez de Tudanca y su esposa, Mª Pilar Alvarado, reconocieron en aquellos restos a su hijo Domingo Ramón Rodríguez Alvarado, un estudiante de teología desaparecido de Quintana de Valdivielso cuando tenía 29 años de edad, en aquel fatídico verano de 1892.

Tampoco habrían resultado fáciles las cosas para Domingo Ramón mientras su padre era denunciado,  procesado y privado de su cargo. El sucesor en la secretaría del Juzgado Municipal fue don Victor Arce López, que hasta entonces había sido fiscal de dicho juzgado. Con este y con su esposa, doña Dionisia Sáinz, había tenido Domingo Ramón una buena relación de amistad, aunque en el pueblo se murmuraba que con doña Dionisia tenía el muchacho algo más. La situación para Domingo Ramón llegaría a resultar bastante incómoda, dado que a las acusaciones contra su padre se unían unos rumores de adulterio que, ciertos o no, enturbiaban aún más la fama de su propia familia y la de sus amigos. Ya había tenido un enfrentamiento muy borrascoso con don Víctor, sin que se sepa realmente el motivo, es decir, si dicho enfrentamiento tuvo relación con las acusaciones contra su padre y con el hecho de que el cargo que este dejaba vacío lo ocupara precisamente su amigo, o si se debió a los rumores sobre el joven y la esposa de don Víctor Arce, o a ambas cosas a la vez. El caso es que el incidente terminó con un disparo que realizó Domingo Ramón, sin llegar a herir a don Víctor, y con la detención del muchacho, que fue puesto en libertad bajo fianza de 2.500 ptas. En una pelea por el honor normalmente es el agraviado quien pierde los nervios y dispara, por lo que bien pudo ser que la causa del enfrentamiento tuviera más relación con la honra de don Ramón Rodríguez de Tudanca que con la de don Víctor Arce y doña Dionisia Sáinz. Parece ser que, tras el incidente, todos se reconciliaron o, al menos, volvieron a hablarse.

Sin embargo, el 15 de agosto de 1892, cuando su padre ya había ingresado en prisión, Domingo Ramón Rodriguez de Tudanca y Alvarado desapareció misteriosamente. Según se dijo, había salido de su casa para ir a merendar o cenar con don Víctor y doña Dionisia.  Más tarde su madre, doña Mª Pilar Alvarado, recibió una nota escrita por alguien que se hacía pasar por su hijo y que le decía que se iba a Burgos con un amigo. Y es que la nota era falsa, como demostrarían más tarde los peritos calígrafos. El caso es que el joven nunca regresó, y de su paradero nada se supo, hasta que el 23 de junio de 1899 un pastor, que aparentemente buscaba un nido de grajas, encontró un cadáver momificado en una cueva de Villalaín, llamada Cueva de La Legua, de muy difícil acceso y situada a unos 170 metros de altura sobre el río Ebro. La Guardia Civil, ante los rumores de que podía tratarse del joven desaparecido, hizo pesquisas y, como resultado de las mismas, quince días más tarde, el 8 de julio de 1899, detuvo a Víctor Arce López y Bonifacia Dionisia Sáinz López como presuntos autores del asesinato de Domingo Ramón Rodríguez Alvarado. Asimismo fueron arrestados Gregorio Díaz, Ángel Salazar y Francisco Landeta, acusados de complicidad por haber ayudado supuestamente a trasladar y ocultar el cadáver. El caso pasó a la Audiencia Provincial de Burgos, donde finalmente el 11 de junio de 1901 se abrió un juicio oral con jurado. El fiscal pidió el sobreseimiento por no existir pruebas suficientes, pero los padres de Domingo Ramón, personados como acusación particular, afirmaron que Víctor Arce y su esposa habían envenenado a su hijo, y pidieron para ellos la pena de muerte por asesinato con premeditación y alevosía. El ministerio fiscal y la defensa de los acusados pidieron la absolución de los procesados por falta de pruebas.

Fue un juicio muy sonado, con más de 60 testigos, pruebas caligráficas, informes forenses, etc. Aquí adjunto las fotos de tres amplias crónicas judiciales publicadas en el Diario de Burgos en las fechas de la celebración del juicio oral. En ellas se dicen cosas tales como que el pueblo de Quintana se quedó casi vacío durante aquellos días, pues la mayoría de los testigos procedían de allí. También podemos hacernos a la idea de lo truculento que pudo ser aquello, ya que el cadáver momificado (al que la prensa dio en llamar “esqueleto”) estuvo expuesto en la sala, “tendido sobre el estrado”, a la vista de los asistentes, y el cronista judicial, tras hacer una descripción, macabra donde las haya, comentó literalmente que su aspecto inspiraba horror. Precisamente uno de los puntos en que se centró la discusión de las partes litigantes fue si realmente se trataba del cuerpo de Domingo Ramón o no. El cadáver había sido enviado a Madrid durante la instrucción del proceso para ser examinado en la Academia de Medicina y en el Laboratorio Central de Medicina Legal, pero hemos de tener en cuenta que en aquellos tiempos no existían las pruebas de ADN, y los procedimientos forenses eran muy elementales, por lo que el informe forense resultó de todo menos concluyente, dado que los médicos ni siquiera fueron capaces de determinar la causa de la muerte, ni si esta había sido violenta o no, y tampoco si era Domingo Ramón o no lo era. Además, cuando el cadáver se expuso en la sala, la momia llevaba ya casi dos años fuera de la cueva, buena parte de ese tiempo en dependencias de la Audiencia Provincial, por lo que se habría producido ya bastante deterioro, y la identificación solo podría basarse en el reconocimiento que habían hecho los padres de Domingo Ramón y otros testigos que lo vieron cuando estaba recién sacado de la cueva. En este sentido, hay una carta al Diario de Burgos, escrita por don Ramón Rodríguez de Tudanca y Varona, padre del desaparecido, quejándose por una nota ambigua y llena de inexactitudes que este diario había publicado en relación con las pruebas forenses. El diario no publicó la carta. Solo don Jacinto de Ontañón apoyó a don Ramón publicándosela en El Papa-Moscas.

En cuanto al posible móvil del supuesto asesinato, solo se habló en el juicio sobre el honor maltrecho de don Víctor Arce, a causa de los rumores relativos a una presunta infidelidad por parte de su esposa con el hijo de don Ramón. No se menciona, al menos en las crónicas, el hecho de que allí se estaban enfrentando dos ex-funcionarios judiciales que había trabajado durante años en el mismo juzgado, cuando don Víctor Arce era fiscal y don Ramón Rodríguez de Tudanca era secretario; que en aquel Juzgado Municipal de la Merindad de Valdivielso se había producido un turbio y turbulento caso de cohecho, estafa y falsificación, del que además no se sabe si fue el único caso de esta especie que se produjo (¿se arriesgaron el juez y el secretario a todo lo que luego se les vino encima únicamente por las veinte pesetas que podían sacarle a una vecina?); que el fiscal Víctor Arce era curiosamente el único que no había sido imputado en aquel, también famoso, proceso de 1892, sino que a raíz de aquello accedió al cargo de secretario del juzgado; que alguien tuvo que denunciar desde dentro lo que estaba pasando en el juzgado y aportar las pruebas documentales necesarias para la acusación; en definitiva, que había razones para que ambos funcionarios y sus familiares estuvieran enfrentados, más allá de una supuesta historia de cuernos. Es cierto que en el origen de todo lo que pasó en 1892, es decir, tanto del proceso contra don Ramón, como de la desaparición de su hijo, podría haber estado dicha historia, porque a don Víctor pudieron molestarle mucho los rumores que corrían por el pueblo, del mismo modo que don Ramón y su esposa no verían con agrado que su hijo veinteañero hubiera sido seducido por una señora que ya había cumplido los cuarenta años (en estos casos siempre se echaba la culpa a las malas artes de la mujer madura), pero está claro que en Quintana habían sucedido más cosas y que nadie tenía ganas de airearlas. El “todos sabemos, pero nadie dice” estuvo también posiblemente detrás de las insípidas y difusas declaraciones de los testigos que llegaron de Quintana, que no hicieron más que arrojar confusión sobre los hechos, hablando de una supuesta emigración de Domingo Ramón a América, de que se habrían recibido en el pueblo cartas de él, de que habría llegado incluso una factura de un misterioso traje confeccionado por un sastre de Barcelona… De todo, menos ir al grano con el asunto.

Tras media hora de deliberación, los miembros del jurado respondieron negativamente a las preguntas relativas a la culpabilidad de los acusados, y también negaron que el pobre cadáver allí expuesto fuera el de Domingo Ramón Rodríguez Alvarado. En consecuencia, don Víctor Arce y doña Dionisia Sáinz fueron absueltos y puestos en libertad inmediatamente. Habían pasado dos años en la cárcel, casi el mismo tiempo que había pasado antes en prisión don Ramón. Funcionario contra funcionario y, al final, nada se pudo aclarar. La honra de doña Dionisia por los suelos, el misterio del destino de Domingo Ramón sin resolverse, y don Jacinto de Ontañón escribiendo en su periódico, con la ironía que le caracterizaba: «Los procesados por el crimen del “Esqueleto de los Hocinos” se hallan ya libres y contentos; los tribunales tranquilos; los defensores satisfechos por su triunfo; los acusadores haciéndose cruces; nosotros confirmando nuestro vaticinio de la absolución; el público dividido; el país teatro del “hallazgo” admirado; el muerto… al hoyo… y aquí no ha pasado nada. ¡Misterios y siempre misterios!»

Pero en el «país teatro del “hallazgo”» se siguió hablando del tema durante mucho tiempo, sin ir al fondo del asunto, claro, pero añadiendo elementos nuevos que podía distraer y divertir al vecindario. Por ejemplo, muy comentadas fueron las bodas de las tres hijas de don Víctor Arce, el cual siguió viviendo en Quintana y, según los anuarios, trabajaba a partir de 1903 como administrador de fincas y agente de transportes. Lo curioso de las bodas de Felisa, Victoria y Carmen Arce Sáinz fue que las tres mozas se casaron el mismo día, el 11 de febrero de 1903, y además las dos primeras se casaron con dos mozos que eran hermanos. En los ecos de sociedad se comentaba que podría haber más de cien invitados. Solo se menciona el nombre del padre, pero no se dice quién era la madre de las contrayentes, cosa lógica, porque siempre es más fácil lavar la honra de un hombre que la de una mujer.

No sabemos si se dio de comer a todos los invitados, pero que la boda alimentó en todo Valdivielso un cotilleo largo y sustancioso, eso no hace falta que nos lo digan. Que si buena prisa se dio el padre en casarlas, que si les buscó los maridos en la misma cárcel, etc., etc. Lo de la prisa se puede entender, porque la hija pequeña, Carmen, tuvo un niño que consta como bautizado seis meses después de la boda, cosa que en aquellos tiempos de puritanismo hipócrita se consideraba un escándalo. Pero a su marido, Antolín Telesforo Mata Amézaga, no tuvo que buscarlo don Víctor, ni llegó de muy lejos, porque residía en Hoz,  aunque había nacido en Castro Urdiales, que era el pueblo de su madre, pero su padre era un natural de Tartalés que había bajado a vivir en Hoz. Antolín y Carmen se fueron a Hoz, y allí nacieron todos sus hijos.

Las hijas mayores, Felisa y Victoria Arce Sáinz, se casaron respectivamente con Eustaquio y Hermenegildo Ruiz Sáinz, que tampoco tenían oscura, ni lejana procedencia, pues eran gente conocida de Pedrosa de Valdeporres. Eustaquio y Felisa se quedaron a vivir en Quintana, donde nacería, entre otros, su hijo Nemesio Ruiz Arce, que emigró en 1936 a México, donde le esperaba su tío, y hermano de su madre, Nemesio Arce Sáinz, el cual había emigrado a dicho país en 1917. Por su parte, Victoria y Hermenegildo se fueron a vivir a la Merindad de Valdeporres, donde nacería su hijo Juan José Ruiz Arce, que primero se fue a Bilbao, pero en 1946 se embarcó para ir a México, haciendo escala en La Habana. En México le acogió su primo Juan Mata Arce, hijo de Carmen y Antolín, nacido en Hoz. Todo esto lo cuento porque me gusta el cotilleo sano, el que habla de una familia que se expande por el Valle y fuera de él, manteniendo siempre fuertes lazos de unión. Para desmentir el cotilleo malo, y que nadie siga diciendo que don Víctor buscó maridos dudosos, añadiré que Hermenegildo, el marido de Victoria, fue nombrado en 1909 auxiliar para la recaudación de contribuciones en toda la zona de Villarcayo. Es sumamente improbable que un cargo como este se lo dieran a alguien que no tuviera unos antecedentes muy limpios.

En cuanto a don Ramón Rodríguez de Tudanca y su esposa doña Mª Pilar Alvarado, solo he podido saber de ellos que residieron en Espinosa de los Monteros, donde un hijo suyo, nacido en Puentearenas, fue coadjutor. Otro hijo, que era capellán en Tudanca, había fallecido en 1899, dos meses antes del hallazgo del cadáver de Los Hocinos. Don Ramón y doña Mª Pilar fallecieron en Espinosa en 1918 y 1921 respectivamente.

Creo que todos los descendientes de aquellos funcionarios enfrentados habrán sido personas que han luchado por vivir más allá de lo que pudo suceder en un tiempo muy oscuro, y merecerían que las cosas se aclarasen. Es una lástima que en su momento no se echara luz sobre todos los misterios. Desde luego, para evitar los rumores y las especulaciones desagradables, hemos de buscar siempre certezas hasta donde eso sea posible, y aún podemos hacerlo. Aunque las cuevas de las grajas sigan siendo oscuras, y estén ahora despobladas, el río sigue reflejando la luz del cielo, y sus aguas no dejan de fluir. Ojalá fluyan siempre hacia la verdad, la honestidad y el buen convivir de todos.

 

 

Mertxe García Garmilla